sábado, 22 de noviembre de 2008

Una "EUCARISTIA MISIONERA" en la SELVA

Desde el Perú {Época de las lluvias (verano) 1986}.

La inesperada llovizna res­balando sobre la calamina de mi cuarto para refrescar nuestra sedienta pacha-mama, alerta mis oídos. Es la 1:30 de la madrugada del domingo. Gabriel y el carro de la parro­quia han debido subir al altipla­no. A lo largo del Valle del Tam­bopata, en 4 centros poblados, hermanos de varias comuni­dades campesinas esperan nuestra visita para celebrar el día del Señor, ofrecer sus preocupaciones y cosechas, y recibir la bendición del Señor de la Vida.

En la oscuridad de la noche, la duda renace con más fuerza: ¿podré llegar hasta ellos llevándoles una vez más la Palabra del Señor? "Recuerda que no eres Dios para estar en todas partes", me había advertido una hermana en la víspera. Los barros tomando presencia, los ríos Challohuma, Cruz-Playa y Charuyoj cre­ciendo al paso, las bajadas con los frenos mojados inevita­blemente convertidas en pesa­das subidas al regreso, ... y mis años ya no tan livianos, cruzaron por mi mente sazo­nando mi sueño restante hasta el despertar de la "estrella de la mañana".

Un tazón de leche con­servada en el termo de ayer, y luego la fiel compañera con la mochila sobre su parrilla, guar­dando celosamente envueltos en plásticos un pantalón, una camisa y la toalla, junto a la botellita de vino de misa ... y la aventura de cada despertar en la selva.


"Buen día, padrecito", ¿a dónde estás yendo de paseo? ... El río está crecido ... Cuidado con esa llanta... son algunos de los saludos solidarios al paso, alentando el amanecer.

La llovizna durante 45 mi­nutos ha reemplazado conve­nientemente la ducha des­pertadora. Una caída de agua al borde del camino al llegar a Yanamayo ha completado la tarea lavando el barro de mis ojotas y mis piernas.
La primera seña suena animosa. Luego, en la misma capilla, la toalla y la ropa seca por fuera, com­pletan mi liturgia penitencial del camino, vivida por dentro.

Rápido con algunos joven­citos chivolos comienzan los cantos en castellano y que­chua. A su voz, las señoras con sus wawas y los varones, van completando la fiesta.
Llora una wawa, y el primero, un pequeño que apenas camina, corre donde ella: es la liturgia de la Palabra viva, desde los pequeños, que se deja oír a través de los ojos del corazón refrescado. La tercera seña ya había resonado: 7,15 a.m

La celebración continúa. compartiendo la vida y la cosecha ofrendada, y el Pan regalado. Y comienza "la MISA' cuando esos hermanos reciben la bendición del ENVIO, y ellos "me envían a mí" hacia los hermanos de los otros centros poblados llevándoles su saludo fraterno.
Mis "ornamentos secos' dejan lugar nuevamente ante ellos, a la ropa mojada sobre los pedales ahora de subida, al menos por una hora.

Dos camiones grandes, cargados de gente venida para la cosecha y regresando ahora para las Fiestas Patrias a su Pachamama en la sierra, me anteceden con su rodar can­sino sobre los huecos y barros del camino. Uno me permite adelantarlo en mi bici. El otro no me lo permite. Ninguno me invita a subir. Los gases y el barro salpicando, pronto me convencen que es mejor que­darse más atrás que seguir entre ellos.

Inesperadamente, nuevamente los alcanzo esta vez plantados en el barro. Unos pasajeros desde arriba me gritan "pasa no más, padre", mientras varios debajo tratan de abrir paso para continuar. Espontáneo asoma el pensamiento: "castigo de Dios"; pero el rostro de los pasajeros y el de los cansados choferes, me invitan a continuar mis "laudes del camino" orando con Zacarías y mis hermanos del mundo entero: "Y tú, niño, ... irás delante del Señor preparando caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el PERDÓN de sus pecados .. ". Y sigo pedaleando con renovado vigor por los caminos de la misión.
¿Qué te pasó padre? Me pregunta un joven mostrando mi pierna y trusa embarrados bastante arriba, al llegar frente a la iglesia Parroquial en San Juan del Oro.
Y mi silencio, se convierte en oración penitencial junto a la comunidad allí congregada, suplicando el perdón del Señor, tardo en la ira y siempre dispuesto a perdonar, por las veces que hemos embarrado la vida hermosa que El nos ha regalado;
pero, por sobre todo, por las veces en que nosotros entrando en el barro, hemos salpicado y manchado, embarrando la vida de otros hermanos sobre el camino.
Y la Palabra escuchada y compartida en y desde Yanamayo, se enriquece ahora en San Juan del Oro. En comunión viva con los primeros, oramos con realismo 'y en fraternidad: " ... perdona nuestras ofensas, como también nosotros ... " .




A mi salida, ya no es necesario montar nuevamente la bici para seguir subiendo esta vez hasta Yanahuaya. Acaban de llegar los carros adelantados en el barro, y uno de sus choferes me grita: "sube, no más padre" y luego al descender: "así no más, padre, ¿cómo se te ocu­rre te voy a cobrar?

Y puedo incorporarme al canto del "GLORIA a Dios en los cielos, y PAZ en la tierra a los hombres de buena voluntad" de la comunidad allí congregada y conducida por mi hermano animador Esteban, con quien hace 10 años compartimos nuestra vida y caminos de la selva, cuando vine la primera vez.

La comunión nos ensambla con las dos comunidades ante­riores y con Francisco de visita en su patria y con Gabriel encontrando a su familia en el altiplano.

Y con la bendición que les entrego, ellos me reenvían ahora más abajo y adentro, hacia Putina Punco.


Ahora es un combi-furgón que me lleva gratis hasta San Juan del Oro, en donde al paso, Martina (mamá de Rudy) y familia comparten conmigo el almuerzo dominical y el cariño de cada día.

El camino de bajada me espera desafiante de esplendor bajo el sol y las sombras de los árboles y el frescor de los ríos, y el grito alegre y lleno de cariño de los niños "padre, padre, padre ... " al pasar, desde los lados del camino; y el diálogo estimulante con las señoras, jóvenes y adultos de Collpani jugando voley la tarde de domingo.


Apenas 2 horas, y los 27 Km. ya se acaban.
Adelanto a la hermana Candy ss.cc, regresan­do a pié desde Santa Ana en donde ha celebrado el encuentro dominical acompañando a sus animadores.

Una ducha, un café, y continúa- siendo las 6,30 p.m. la oración de Post-comunión de esta EUCARISTÍA MISIONERA en nuestra selva indo-americana.
Gracias Señor por la vida de cada día, el sol, el viento y la lluvia… y el polvo y las aves del camino. Por las cuestas y los valles, por los amigos y … mis ojos para reconocerte en todos ellos.

Con el silencio de los hombres que entran en su descanso y las voces de los animales que salen a recibir el alimento que su Creador les regala cada luna, cantamos el Nunc Dimites :

Nubes en el horizonte“Ahora, Señor soberano, deja que tu siervo ir en paz,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos.
Luz para alumbrar a las naciones … y gloria de Israel, tu pueblo.”
“SÁLVANOS, SEÑOR, DESPIERTOS,
PROTÉGENOS MIENTRAS DORMIMOS,
PARA QUE VELEMOS CON CRISTO
Y DESCANSEMOS EN PAZ.”

Y que TU BENDICIÓN nos acompañe cada amanecer.



¿Podré llegar hasta ellos llevándoles la Palabra del Señor?, me había preguntado dudoso esa medianoche.

¿Podré compartir con los hermanos que primero me enviaron en Misión hasta este valle y selva del Tambopata, la Palabra que el Señor me ha hecho escuchar en los caminos y encuentros a lo largo de todo este día?, me preguntaba entrando en el atardecer y la noche ahora luminosa.


Puedan estas líneas com­partir sencilla y since­ramente con Uds., hermanos y hermanas SS.CC., y de mi familia grande, algo de lo que inmerecidamente el Señor y ustedes, le han estado regalando a este "misionero" inevitablemente "misionado".

GRACIAS al SE­ÑOR y a ustedes todos.

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