QUERIDO JOVEN HERMANO:
Aunque hay 50 años de edad que nos distancian, sin embargo hace ya un par de años que el Señor quiso hacernos encontrar en una relación de hermanos: tú me elegiste para ser tu hermano mayor, y yo acepté adoptarte como mi menor; relación que aprendí entre los quechuas y aimaras, entre los cuales simplemente llaman “mi mayor” al hermano que asume la responsabilidad de hacer presente para su familia al papá largamente ausente, por estar en un trabajo lejano mas adentro en la selva o muy arriba en las minas; o simplemente porque ya no estará más en casa.
Fue Jesús, sin duda, Quien quiso compartir conmigo y para ti, la hermosa misión de ser tu “mayor”, y acercarte al Dios Padre, que siempre te amó y que te quiere muy cerca de su corazón de papá.
No pasaron sino algunos meses en que el Señor quiso que ambos, como hermanos cercanos, por distintos motivos compartiéramos en algo el camino de la cruz de Jesús nuestro “mayor” común. Fue así como ambos debimos experimentar el dolor, difícil de expresar y comprender para quien no lo ha vivido, de tener que ‘partir’ dejando en el pueblo en el cual habíamos crecido, a tantos que fueron de verdad amigos y hermanos, con quienes compartimos buenos y a veces malos pasos, caminos de luz y de sombras, pero siempre plenos de esperanzas.
Mi partida fue debida a una inesperada enfermedad.
La tuya, fue luego de una larga y difícil decisión de tus papás, pensando en tu presente y tu futuro, necesitado de un cambio que aunque duro, te permitiría un futuro más seguro.
El celular fue a partir de ese momento, el canal de comunicación que nos ha permitido mantener este contacto que el Señor quiso iniciar previamente entre nosotros.
Transcurridos apenas 11 meses desde nuestro distanciamiento físico, tú más al sur y yo en la Capital, el Señor nos ha invitado a compartir más profundamente su vida: su camino y su misión.
Nos lo había advertido con sinceridad, como Él sabe siempre hacerlo: “el que quiera ser mi discípulo, tiene que tomar su cruz y seguirme”.
Un día 5 de Octubre encomendó a los médicos de la Católica, informarme con toda verdad, que yo padecía de un cáncer pancreático terminal, con una supervivencia previsible de sólo tres meses. Y que mi anhelo de poder regresar a La Unión, debía dejarlo en el cajón de los recuerdos, ya que cualquier tratamiento me obligaba a permanecer en Santiago.
Sólo me quedaba orar al Señor que me permitiera llevar este tiempo sin mucho dolor físico y con buen ánimo confiando que en Su misericordia me acogería en su casa y que Él seguiría cuidando de mis seres queridos y de mis sueños inconclusos en este paso por esta etapa de mi vida en La Unión.
Ahora, hace sólo tres días, he sabido que a ti también el Señor te ha incorporado entre sus más cercanos, compartiendo también la cruz de la enfermedad y del dolor.
Aunque en tu caso no se trata de una enfermedad terminal, sin embargo sí que lo es muy dolorosa y podría incluso llegar a tener consecuencias limitantes para la vida que recién inicias, un adolescente abriendo tu mirada a la juventud.
¿Qué pensar? ¿Cómo reaccionar ante el dolor, ante las cruces con que nos carga la vida?
Una vez más, la sabiduría de nuestro pueblo, con sus dichos a menudo enriquecidos desde la fe en el Evangelio de Jesús, viene en nuestro auxilio: “no hay mal que por bien no venga”, “no hay dolor inútil”… y “la Semana Santa no termina el Viernes de Pasión, sino el Domingo de Resurrección”
Un niño que se ha criado y crecido físicamente entre algodones y cojines, siempre en brazos de su mamá y/o papá, no puede crecer físicamente y menos interiormente, y por tanto nunca alcanzará la madurez.
No son los éxitos los que nos obligan a corregirnos y progresar; sino los fracasos los que nos ayudan a crecer y madurar como personas integrales, no sólo por fuera; sino desde dentro, desde el centro de nuestra vida, desde el corazón… nos decía recientemente el entrenador Bielsa.
Es mi propia experiencia, confirmada personalmente, y en las historias de tantos amigos compartidas a lo largo de los años que el Señor me ha regalado.
Como tu “mayor” te lo aseguro.
Pero hay al menos tres condiciones, para que esto sea posible, para que el dolor sea fuente de Vida Nueva para ti y a través tuyo para otros que el Señor vaya poniendo cerca de ti.
La primera: que como Jesús aceptes ser ayudado a cargar tu cruz por un Cirineo. Y ese Cirineo para nosotros no es otro que el mismo Jesús. Él se dejó ayudar, ahora el debe ayudarnos.
La segunda: que abramos nuestros ojos, nuestra mente y nuestro corazón, para no tropezar dos veces en la misma piedra que nos hizo caer y aprender inteligentemente de esa experiencia de modo que desde nuestro interior brote animoso un nuevo amanecer, realmente distinto de la noche que nos hizo tropezar.
La tercera: aceptar que el Señor Jesús, nuestro “Mayor”, quiere caminar cada día con nosotros, en medio de otros hermanos, entre los cuales tu aceptas caminar, y con ellos apoyarse mutuamente.
Si recibimos así el dolor y la enfermedad, si asumimos así nuestra debilidad, nuestra difícil verdad, sólo entonces podremos experimentar profundamente el nacer a una nueva manera de vivir, de ver la vida con ojos diferentes, con su verdad: sus penas y alegrías, sus sueños y frustraciones, la salud, la enfermedad y también la muerte.
Si asumimos con humildad el que nuestra vida es un regalo diario del Señor, que no termina nunca; sino que continúa y se perfecciona más allá de este mundo, … y si esto lo vivimos con la paz y la alegría de quien se sabe en manos de un papá que es Dios, … …
sólo entonces nuestra alegría crecerá aún mas al constatar que otros, viéndonos así enfrentar la vida, han podido reconocer también en nosotros a ese Dios Papá que ellos nunca habían conocido, y que a través de nosotros ha querido acercarse a ellos para regalarles su amor y su paz del corazón, por encima de todos sus problemas, sufrimientos o desesperanzas.
Con humildad lo digo: creo que ha sido en parte al menos tu propia experiencia al encontrarte conmigo y acompañarme en mi situación actual.
Con esperanza lo digo: creo que tú has sido también llamado desde tu experiencia y situación actual, a ser ese “mayor” para tus amigos: los de ahora en el sur y los de antes en La Unión.
Permíteme alegrarme ahora contigo de no sólo ser “tu mayor”; sino de que tú puedas ser “su mayor” para tantos amigos que el Señor te ha ido confiando y te seguirá confiando a lo largo de los años que Él mismo te regale.
Permíteme contigo unirme para darle las gracias al Señor por poder compartir con Él Su Cruz, y clavado a ella con Él, identificarnos mas con Él, traspasadas nuestras manos sobre Sus manos, nuestros pies sobre Sus pies, nuestro corazón sobre Su Corazón.
Y desde el dolor, que aún muriendo se olvida de sí mismo para ocuparse de su Madre y de su amigo Juan, … … por ser testigos para todo el mundo de tener un Padre de los Cielos, en cuyas manos con JESÚS, siempre podemos poner con confianza, fe y esperanza nuestra vida entera:
“Padre, si es posible que pase de mí este cáliz de dolor, …
pero que no se haga mi voluntad sino la tuya…”
Recibe mi cariño crecido día a día desde el dolor, hecho sonrisa y amanecer de esperanza cada día, desde la fe recibida y compartida contigo y los tuyos.
Confío en ti, como el Señor confía en nosotros. Él es nuestra fortaleza.
Espero tus noticias.
Tu hermano “mayor”.
MIGUEL ESTEBAN sscc
lunes, 31 de agosto de 2009
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