TROZOS de mi memoria,
para gloria del Señor.
Lunes 03 de Noviembre de 2008.
“padrino, ahora te necesitan más en La Unión…
Yo te espero hasta tu vuelta…”
[A todo el personal que estuvo a mi servicio en la 405 y 404 del H.Cl.U.C. ]
Fue un 23 de Noviembre de 1993. DANIEL uno de los enfermos de SIDA que visitaba recorriendo en mi moto las poblaciones y hospitales de Stgo., escuchó que me llamaban desde el sur. El, que me había pedido fuera su padrino de confirmación antes de vivir su Pascua, se adelantó a decirme que fuera pronto.
Ante mi duda: “Pero, estás grave, ¿cómo te voy a dejar solo en estos momentos?”, sin vacilación me dijo: “ …padrino, ahora te necesitan más en La Unión…Yo te espero hasta tu vuelta…” No cabía otra respuesta de mi parte ante este Cristo Doliente que desde su cruz me encomendaba a sus hermanos del sur: Si tú me lo pides, iré…
Fueron 10 días intensos, tratando de llenar la ausencia, por fuerza mayor, de mis hermanos sscc en ese lugar.
Fueron – sin saberlo – un adelanto de lo que el 2005 sería mi destinación como párroco… y de las palabras escuchadas desde el Señor animándome a dejarlo todo una vez más, para ir hasta donde Él y mis hermanos me necesitaban.
Cuando el 03 de Diciembre de madrugada golpeé su puerta en bajando del bus, fue ella Su Madre, quien me dio la NOTICIA: “Compadre, Daniel partió anoche…” , y ante mi rostro ensombrecido, continuó: “pero, le dejó un mensaje al partir: < que le perdonara porque no había podido esperarlo >”
“Cristos de hoy, de mi pueblo y ciudad… Cristos de verdad”, cantaría el P. Esteban
reconociendo en los que mueren olvidándose de sí mismos, al Crucificado,
encomendando Juan a su Madre y
perdonando al que lo había crucificado, contagiándole el SIDA, y luego abandonado.
Anoche, luego de una demora de 1 hora ante la TV del Hall del 4º piso de la UC, cuando por fin se iniciaba la esperada transmisión de los goles, dos enfermeras se acercaron para pedirme un favor: Patricio, de 62 años estaba viviendo ya su Pascua… el celular del Capellán, que había sonado mientras proclamaba el Evangelio de la Misa de la mañana, ahora estaba silenciado. ¿Podría, padre, usted darle el sacramento de los enfermos?
A las 17 hrs., Juan Costa me había dejado sin yo pedírselo, una fotocopia del ritual correspondiente… Una botellita de aceite de las enfermeras cenando, una tapita de bebida con agua sin gas, y mi recuerdo de las palabras de Daniel: padrino, ahora te necesitan … fueron más que suficientes para llevarme a socorrer a un compañero que me precedía en la misma ruta.
Sin duda Dios sabe planificar Su Servicio Pastoral mejor que nosotros…contando sí, con nuestra disponibilidad agradecida, cada instante.
Nosotros los enfermos, y quienes nos acompañan, esbocé, estamos invitados a vivir estos momentos en profunda comunión con Jesús, el Cristo, crucificados con Él… “a completar lo que falta en nuestra carne, a la consumación de su servicio redentor de todo el mundo…” Que ahora, como familia seamos perdonados de nuestra fallas y debilidades, y acompañemos como María, “al Cristo de Hoy, clavado en la Cruz de mi hermano, Cristo de verdad, Cristo Libertad…”, redimiéndonos a nosotros, y con nosotros, a este mundo nuestro, tan ancho como ajeno.
Padre Nuestro, oramos mientras el agua bendecida nos recordaba nuestra primera incorporación a la Iglesia misionera de Jesús, adelanto de la Iglesia Celestial, para todos los siervos prudentes que habiendo sido fieles en lo poco, lo recibirán todo inmerecidamente: “entra en el gozo de tu Señor…”
Y que la fortaleza en nuestro cuerpo, la paz del alma y la alegría del corazón esté en Patricio y en todos nosotros.
AMÉN.
Y AHORA, mientras los ronquidos de mi vecino en la 404 me anuncian una noche más bien corta, le doy las gracias al Maestro de la Planificación Pastoral,
por haberme llamado a estar este día disponible y a mano,
para gozarme una vez más en este servicio,
aunque de una manera totalmente nueva:
compartiendo yo desde la 404 este sacramento,
por mi recibido sólo hace 20 días,
con mi vecino y colega de las 423 y su familia.
Una vez más resonaron en el silencio de mis oídos, las palabras de Damián: “nosotros los leprosos…”
Gracias Señor, una vez más esta noche
en tus manos pongo mi vida y mi ministerio
donde Tú más me necesites y hasta cuando me necesites.
Gracias también por tantos hermanos y hermanas,
en ciudades, campos, selvas y altiplanos,
que como el personal de este 4º piso hoy,
han estado eficiente, generosa y amablemente a mi servicio,
para que yo pueda responder a tu llamada y misión.
GRACIAS POR ELLAS y POR ELLOS, SEÑOR.
Cuídales y regálales con Tu Bendición.
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